Todo comenzó con un:
“Señorita, ¿está usted asustada?” Seguido de una risa, todo esto de un perfecto desconocido que sintió la necesidad de opinar sobre mi cabello rizado.
Ya no salió la risa automática con la que respondía para evitar conflictos, calmada le dije. “Señor, ese comentario es bastante grosero.”
Se siguió riendo, en un modo de hacer como si no hubiera dicho nada, como es algo normal “Solo quería decir que su cabello es bonito”
“Bueno, entonces para la próxima prefiero que mejor lo diga.”
Y me seguí, porque es la salida de un estacionamiento y había coches detrás. Aparte no había más que hacer. Ya había marcado mi límite y a seguir con mi vida. Ahí se acabo el tema para mi.
Hasta el día de ayer que me lo volví a topar y me dijo: “¿Qué, sigue enojada?”
Entonces me di cuenta que el punto inicial ni siquiera se entendió. Pero comprendí algo más profundo, me había hecho responsable de lo sucedido, yo estaba enojada y me había desquitado con él.
Nunca consideró, que había cruzado una línea de respeto básico con una perfecta desconocida, que es un cliente en su trabajo y aparte mujer.
Tal vez, pensaran es una broma y ya. Antes así lo vivía, entendía que es una broma. Pero la terapia y el trabajo personal te obliga a decir no, eso no.
Aparte, piénsalo si yo le hubiera dicho “hay señor, ¿qué, se le pasó el horno?” Y me suelto a reír. Entonces tendríamos un tema de discriminación, de racismo y de clasismo de mi parte.
Y aquí hay mil tela para cortar, el folklor de mi país, el permiso que sienten los hombres (de aquí en adelante estoy generalizando, excluyo a todos aquellos que han elegido despertar) para opinar sobre la mujer como si fuera nuestra obligación administrar internamente su falta de tacto con una sonrisa en los labios. Nuestra obligación, de hacerles esta vida fácil, diluir sus insinuaciones, miradas, actitudes, comentarios fuera de lugar y hacer como si no fuera gran cosa.
Pero uno dice: “oye eso no me gustó” y de conflictiva no te bajan.
Y aquí es donde veo el conflicto, su falta de tacto me obliga a ser buena onda y reírme de algo que no me da risa. Años atrás me reía, para que hacer conflicto, para ser de las buena onda.
Porque no sé si se han dado cuenta, un hombre opina mal sobre ti y todos hasta las mujeres lo hacen también. ¿Qué con eso? Como un hombre puede liderear una ola de insultos hacia una mujer porque está dolido y la gente lo justifica.
La otra vez vi un video sobre ambientes laborales y hablaban de eso. Pocos son los hombres que se salen de su grupito de amigos y generan opiniones propias, son pocos porque el grupo los acaba sacando y un hombre sin grupo es como si le quitaran su hombría, su lugar en la manada. Pienso, en serio su cerebro es tan reptiliano. Será que la comodidad en la que han vivido les ha impedido crear más capacidades que las básicas de cazar (porque una tiene que hacerse la difícil para que sientan que te están cazando, que tontería!!!), llevar la comida (y ya, porque ahora hasta hay que ir al súper).
Entonces, confirmo la falta de responsabilidad emocional y mental con la que han crecido los hombres, como si trabajar fuera suficiente para vivir es un gran problema. Porque todo lo demás lo hace la mujer.
Como es posible que un hombre podía pasar toda una vida sin decidir que quería comer, sin saber como hacer el súper , que marcas comprar, como limpiar su casa, lavar su ropa, como sostenerse por él mismo completamente. Y la bendita pandemia aceleró el proceso para muchos.
Y es que como mujer uno navega en lugares muy obscuros, porque el hombre no navega, el vive, lucha, conquista y eso cansa tanto que no puede lidiar con las susceptibilidades de la fragilidad femenina, como el respeto a nuestro cuerpo, como el trabajo en casa, como involucrarse emocionalmente en la familia, en la pareja, como la responsabilidad afectiva.
Daniela Flores