Micro cuento
Existía un valle extenso, que era bañado por un río de agua dulce y fresca. Sus campos eran verdes, fértiles todo crecía en ellos. Musas y guerreros vivían en armonía, se necesitaban mutuamente. Las musas, regalaban sus risas y la armonía al lugar, era por ellas que los frutos nacían. Mientras los guerreros, les regalaban su admiración y devoción, el alimento de una musa.
Ambos se alimentaban del agua dulce del río, solían encontrarse ahí, pasaban largas horas en el río jugando, riéndose, inspirándose mutuamente.
Un día un guerrero dio la idea de desviar el agua del Río, “podremos tomar agua cuando lleguemos cansados, sin tener que ir hasta allá”. A la mayoría le pareció una buena idea. No contemplaron que al hacerlo romperían el equilibrio del mundo que conocían, tampoco que las musas se quedarían sin agua dulce, tampoco se dieron cuenta que el agua era dulce gracias a sus risas.
El río se secó y comenzó a llorar lagrimas de culpa y vergüenza.
Así dos valles que alguna vez fueron uno mismo, ahora se encuentran separados por la cordillera de la vergüenza y la culpa.
Ninguno de los dos recuerda que el otro existe, solo pueden ver la vergüenza y la culpa rodearles. El enojo, se apropió de las risas y juegos; se fue la inspiración y en su lugar creció la violencia.
El que se encuentra del lado de la luna, es el valle del lamento; el suelo que antes era verde se convirtió en espinas, los frutos que eran dulces ahora son amargos y lloran pena. Sus ropas se han vuelto grises, cargan una pena; la noche se vuelve un lugar seguro para soltar sus lamentos. Ningún dolor se queda oculto, todos son permitidos, sin grados de importancia. Se les puede escuchar llorando, lamentado su pena por noches seguidas, lloran al unísono.
Cuando llegan a la madurez y su dolor ha sanado sus mantos toman un color azulado y sus frutos se vuelven más dulces. Preparan con ellos una poción que derraman como un río todas las noches. Aún no ríen pero se atreven a esbozar una sonrisa. Giran hacia las montañas de la vergüenza y la culpa y la depositan en su cause; acompañado de un canto en acompañamiento para las nuevas llegadas. Toman su color azulado de sus frutos dulces, bañados por la luz de Luna.
El lado del sol, es el valle de la expiación. Ahí el suelo es volcánico, hay explosiones continuas, se libran batallas durante todo el día desde que el sol nace hasta que se obscurece. Los guerreros luchan contra los demonios que ellos mismos han creado, la insatisfacción, la violencia, la depredación, los excesos. No todos han despertado, son solo los guerreros conscientes los encargados de contener la depredación que se vive en el lugar. Por las noches duermen con una rodilla en el suelo rindiendo devoción a lo que vive detrás de las montañas, con una mano extendida envían la expiación al dolor ocasionado; el que en el silencio de la noche pueden escuchar.
Las montañas de la vergüenza y la culpa, viven viendo las batallas que se libran en cada cada valle; es el único que recuerda toda la historia. Recuerdan como los guerreros comenzaron a desviar el agua dulce que alimentaba a ambos, aún siente el dolor de las espinas saliendo de los campos de flores. Los guerreros intoxicados por el amargor en las frutas que antes eran dulces. La sed de las musas, por la falta de agua dulce, sus ríos eran ahora salados por todas las lágrimas derramadas debido a la traición. También, vieron como el campo donde antes se enterraban los guerreros, ahora era el campo de sus propias batallas, un lugar sin descanso.
El valle solo podrá sanar cuando ambos lados logren despertar, pues es el dolor de ambos el que hizo que el río se secara. Será la alegría de ambos quién lo haga fluir dulcemente y constante otra vez.
Daniela Flores