Me llegó la invitación,
no quise esperar,
la vida la tomaría por mi
si la volvía a rechazar.
“Confía, todo está bien”
decía la invitación.
Con el lobo del miedo al acecho,
rompí el vidrio que me separaba,
del todo, de la nada.
“Se valiente” me susurraste,
¿como pude escucharte?
si estábas a kilómetros de distancia,
en un cielo lejano,
en un lugar sin lobos
sin cristales,
luminoso y yo tan llena de sombras.
Sentí como me hice pedazos junto con él,
espera no fui yo,
sólo fue el ruido y un poco la decepción.
Lo había creído irrompible,
al menos para alguien como yo,
ni tan buena, ni tan mala
o tal vez con un poco de buena
y otro tanto de mala.
Me invitaste a tomar el centro
que yo creía sólo tuyo,
como Yo tomaría el lugar de lo perfecto,
eso era arrogancia
debía ser mi parte “mala” la que guiaba.
Me negué al principio ¿como no hacerlo?,
como tomar el lugar de lo sagrado,
yo que he mentido,
yo que perdonaba pero aún reclamaba,
yo que me comparaba o me defendía,
yo que no sería nunca lo que podría ocupar el centro.
Hoy estoy aquí me tomaste de la mano,
y a pesar de mi renuencia me haz regresado al centro,
“este lugar es tuyo lo diseñé para ti” me dices.
Inclusive pusiste atardeceres y noches estrelladas,
¡gracias!
sabes cuanto las disfruto.
Desde aquí mis supuestas y grandes fallas,
son masas de móntañas que crean cordilleras
y me hermanan a los otros,
a los de antes,
a los de ahora,
a los de siempre.
Desde aquí veo al agua del perdón
correr a través de ellas
y al sol jugar a las escondidas.
Desde aquí ya no dan miedo
y es que no me haz soltado de la mano,
“nunca lo haré” me repites en lo bajo.
Sólo necesitabas regresar al centro.
Daniela Flores