Ahí donde vive el amor,
no hay juegos,
no hay ganador,
el único objetivo es amar
no tuve opción
acepté la invitación,
hoy ya no me fio
de la voz de mi polaridad.
Ahí va,
aprendida, aceptada,
heredada, sostenida, alimentada,
exigiendo un corte limpio,
blanco y negro,
sin más colores que utilizar,
recuerdo que renuncié a ella,
cuando ya había vertido en el lienzo
la misma gama de colores
del atardecer que no pudimos evitar.
Renuncié a ella
cuando escuché
a mi abuelo llamarme por mi nombre,
me decía cosas hermosas,
yo se que ya no tiene voz
aún así escuché su sonrisa.
Renuncié a ella, a la polaridad,
cuando descubrí que con constancia y paciencia
podía todo lo que realmente quisiera lograr,
entonces lo imposible se volvió posible.
Descubrí la riqueza del medio,
el paso por las miles de noches y días,
donde no era nada, luego lo era todo,
algunas veces un poco,
otras simplemente ni lo encontraba.
Renuncio a ella,
cada que me obliga a renunciar
a aquel lugar donde se esconde el potencial,
las posibilidades,
donde hay vida, donde vive el amor.
Así es como al renunciar
a la cómoda polaridad,
llega la incómoda posibilidad,
de que el adiós sólo es otra cara del hasta luego,
el imposible una invitación a crear lo posible,
el frío le da la bienvenida al calor,
lo prohibido invita a la inclusión,
el enojo al perdón,
la polaridad a la posibilidad.
Ahí donde vive el amor.
Daniela Flores