“Deja que se rompa” escuché mientras mi orgullo se veía herido.
Hay una parte de la vida donde te vuelves consciente de las partes que fueron construidas y sostenidas por el orgullo.
Y duele, duele mucho darte cuenta que te estás comiendo tus palabras, que te tienes que echar para atrás y aceptar que ese acto fue totalmente realizado desde el orgullo.
Eso me pasó apenas, otra vez, pero esta vez no pelee. Ya no tenía ganas de justificarme, de prender la tele y olvidarme; esta vez simplemente quería liberarme de esta vergüenza que el sostener al orgullo te crea. Me quedé ahí quieta llorando la caída de mi orgullo, viví su duelo y escuché “deja que se rompa”. Que se deshaga todo lo que no tiene esencia, no dudes, si se rompe, si no funciona, si no revive es que ya era hora de irse, por ahí ya no era, estás lista para el siguiente nivel. Contesté, “que se rompa”, que se enteren, que se vea, que sea lo que es.
No voy a huir de mis errores, al final se que no soy ellos y que la mejor forma es aceptarlos; después permitir que todo se acomode a su forma y tiempo (esto es lo más difícil, no siempre es rápido, no siempre es en la forma que quieres, no hay claridad. Uno lo hace en aras de ser honesto contigo, de honrarte y al otro).
Bueno, creo que el orgullo en balance puede ser hasta sano, pero cuando lo usamos como defensa ahí es donde hay que mantenerlo y sale demasiado caro, el costo es la libertad, en cualquier área de tu vida.
Por un lado la caída del ego es molesta, duele físicamente, duele emocionalmente dejar que esa careta caiga y por otro lado se siente una libertad que habías olvidado. Puedo compararlo a cuando se te duerme una parte del cuerpo sobre la que te sentaste por mucho tiempo, duele pero que bien se siente poderte mover.
Descubrí que la vergüenza de dejar de sostenerlo es en mucho por el otro, se dará cuenta que esto no era real, que es en mucho por lo que lo hacemos en un principio; algo inocente, una reacción automática.
En el fondo lo que duele, es saber que nos mentimos por tanto tiempo, que estábamos dispuestos a seguir viviendo sin libertad, sin amor, sin perdón, sin lo que sea que entregaste con tal de sostener esa fachada.
Es sólo hasta que la esencia, que eres tú (el principio activo de todo lo que sucede en tu vida), se vuelve más importante, vital, que reagrupamos la fuerza para ir tirando estos orgullos.
Tal vez, al tomarnos dejamos de necesitar estas pequeñas muletas que usamos en la vida. Creo que es un acto constante. Sólo es observarlas, ser conscientes que son de uso pasajero, que están hechas para ser quitadas, que no se debe poner sobre ellas cosas importantes, vitales. Sin embargo, lo hacemos y sin embargo ahí siempre está el amor para reconstruir lo que eres.
Así que déjalas caer a medida que puedas, se siente horrible, no voy a mentir. Es una vulnerabilidad fuerte, sé que no es para todos, es por eso que recomiendo que sea a medida, en etapas, a suspiros.
Daniela
Cuanto encierran esas palabras….
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un montón…
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